lunes, 27 de agosto de 2007

La otra cara de Artikutza


Mañana se celebra la romería anual de Artikutza. Este paraje, admirado por sus bosques espléndidos, esconde otra faceta menos conocida: la de un pasado industrial efervescente, con ferrerías, trenes y traídas de aguas.


ANDER IZAGIRRE
www.anderiza.com

En el paraje de Labeeta, junto a un enorme horno de calcinar mineral, Iñaki Uranga señala un sendero que trepa ladera arriba, se cuela en el bosque y pronto se pierde entre helechos y zarzas. «A partir de aquí comienza la Artikutza profunda. Es una zona muy mala para caminar, parece la jungla, pero vas subiendo y en cualquier rincón encuentras una plataforma carbonera, un muro de piedra o una bocamina. Aquí abundaba el agua y la madera, además había minas de hierro, cobre y caolín, así que durante siglos Artikutza fue un centro industrial de primer orden».
Esta idea choca con la percepción un tanto idílica que planea sobre Artikutza. Casi todo el mundo sabe que en esta finca de 3.686 hectáreas, enclavada en Goizueta (Navarra) pero propiedad del Ayuntamiento de Donostia, se extiende un océano de hayedos y robledales, surcado por itinerarios que se asoman a cascadas, arroyos y embalses, un paraíso en el que se refugian corzos, gatos monteses y vacas betizus. En definitiva, un edén protegido de las máquinas, los humos y los ruidos. Todo eso es cierto. Pero hace cien años era todo lo contrario.

Hace cien años, las laderas de Artikutza estaban peladas por una deforestación brutal (después de tantos siglos de explotación maderera para alimentar a las ferrerías y los astilleros) y veían pasar un tren renqueante, cargado de mineral de hierro, que superaba el macizo de Bianditz a través de túneles, puentes y planos inclinados.

Por la huella del tren

El primer tramo de ese ferrocarril se abrió en la vertiente guipuzcoana de Bianditz, en 1898, desde las minas de hierro de Zorrola (en el barrio oiartzuarra de Karrika) hasta la estación de Errenteria, donde enlazaba con el Ferrocarril del Norte. Por aquellas fechas, a Karrika llegaban volando cestos de carbón vegetal y de hierro de las minas de Elama: desde el lado navarro de la montaña, la Compañía Forestal de Artikutza sacaba su producción por medio de un sistema de cables aéreos. Los cables desaparecieron cuando se amplió la línea de tren hasta Artikutza, con una obra que obligó a trazar tres planos inclinados para salvar los desniveles. Un plano inclinado es una rampa con mucha pendiente y dos vías paralelas, por las que los vagones suben y bajan enganchados a una cadena, gracias a un sistema de contrapesos (por ejemplo: vagones cargados de agua bajan por una vía, para hacer subir por la otra vagones cargados de mineral).

Con esos planos inclinados (dos en la vertiente guipuzcoana y uno en la navarra) se cosió una línea de 30 kilómetros entre Elama y Errenteria: el tren minero-forestal más largo de España. Pero el sistema era tan espectacular como lento y engorroso. En cada plano tenían que desenganchar los vagones, subirlos o bajarlos, y volverlos a enganchar a la siguiente locomotora. Hacían falta cuatro locomotoras y un montón de trabajadores en cada trayecto. Y la rentabilidad de las minas no justificaba semejante derroche. El tren de Artikutza se canceló en 1917. El tramo entre Karrika y Errenteria aún funcionó hasta los años 50 y se hizo famoso porque los errenteriarras se montaban en marcha a los vagones para acercarse a las sidrerías de Oiartzun.

Aquí proponemos seguir la huella del tren desde el collado de Bianditz hasta el valle de Elama. Con la ayuda de Iñaki Uranga y del guarda Jesús Mari Rubio, vamos a empezar buscando el túnel de Bianditz, muy cerca del collado por donde pasa la carretera. En el breve descenso hacia el caserón de Eskas (la entrada de Artikutza), a mano derecha tenemos un bosque. Debemos entrar en él andando, por un caminito que baja desde la carretera, y enseguida encontraremos una pista y el viejo camino explanado del tren. Lo seguimos hacia arriba, hacia el paso de Bianditz, y pronto veremos un establo encajado en la montaña: está construido en la misma boca del túnel. Para ver el túnel -adivinarlo, al menos- hay que trepar un poco hacia la parte trasera del establo. Después volvemos sobre nuestros pasos, siguiendo el trazado del tren por el bosque, cuesta abajo, hasta encontrarnos con el arroyo de Iturla y un puente de piedra por el que circulaba el ferrocarril. Camino adelante, salimos a la carretera de Artikutza, un poco más abajo que Eskas.

Aquí mismo empiezan los dos senderos que bajan hasta el poblado de Artikutza: uno de ida, señalizado con un poste (Herria); y el otro de vuelta, unos metros más abajo siguiendo la carretera. Tomaremos éste segundo, que no tiene poste de señales pero es muy evidente: son cinco kilómetros que recorren, en su mayor parte, el trazado del viejo ferrocarril. Avanzaremos por un camino claramente alisado, con algunos pasos abiertos en la roca y muros de refuerzo.

Esta ruta ofrece el placer de caminar por las entrañas de un bosque espeso, regado por las lluvias más abundantes de la Península Ibérica, con desvíos a balcones naturales como el que se asoma al barranco de Erroiarri -una de las mejores panorámicas de Artikutza-. Pero, si se afila un poco la mirada, el paseo también ofrece todo un catálogo de oficios ya extinguidos. Las hayas trasmochas, ésas que crecen en forma de candelabro, fueron modeladas por los carboneros. Podaban algunas ramas, dejaban que crecieran otras, y obtenían madera sin tener que talar el árbol. También se ven formas artificiales en algunos robles, podados a horca y pendón, desviados con pesos y cuerdas para que los troncos adquirieran formas curvadas, las apropiadas para la construcción de barcos. Incluso encontraremos, tiradas en una ladera, dos misteriosas ruedas de molino. Nadie sabe qué hacen allí.

El camino desemboca en un cruce señalizado con postes. Debemos seguir la indicación hacia Artikutza, pero antes merece la pena seguir otra señal que apunta a los restos del tren. Entre la maleza emergen las ruinas de un edificio de piedra y un gran depósito de agua, restos minerales, tuercas, tornillos y pedazos de raíles. Estamos en la parte superior de un plano inclinado: desde aquí se aprecia perfectamente una gran rampa que baja comiéndose la ladera.

Agua para Donostia

En el minúsculo poblado de Artikutza, además de varios caseríos, la vieja taberna, el merendero y el frontón, se levantan el palacio de Olajaundi (la antigua casa del dueño de la ferrería) y la ermita de San Agustín. Estos dos edificios dan buenas pistas sobre la historia del lugar.

Entre los siglos XIII y XIX, el territorio de Artikutza perteneció a los monjes agustinos de Roncesvalles (por eso se celebra la romería anual el 28 de agosto, San Agustín, patrono de la ermita). Artikutza suponía una fuente de ingresos muy jugosa para los monjes, que cobraban rentas por la explotación de prados y bosques a los pastores, los ganaderos, los carboneros, los caleros y los ferrones. La abundancia de madera, hierro y agua impulsó la actividad de un buen número de ferrerías, que ya funcionaban al menos desde el siglo XIV.

Al salir del poblado por la pista que va hacia Goizueta, vamos descubriendo pruebas de que Artikutza fue durante siglos un núcleo industrial considerable. Pasamos junto a unos barracones abandonados, donde se alojaron los trabajadores de la presa de Enobieta, y más adelante, en la orilla del arroyo Elama, encontramos unos inmensos muros en ruinas que rondan los 700 años: es la ferrería de Gozarin, con su fragua y el puente de piedra del antiquísimo camino. No aguantó tanto el puente del tren, cuyos restos de madera pueden apreciarse al borde del río. En la pista asoma, de vez en cuando, un fragmento de raíl oxidado, retorcido, gastado. Y de pronto, varias tuberías de piedra vuelan por encima del arroyo Elama. Son viaductos, recuerdos de toda una aventura: la traída de aguas a San Sebastián.

A finales del XIX la capital guipuzcoana empezó a captar agua del río Añarbe. Pero en la primavera de 1902 brotó una epidemia de tifus que, además matar a varias personas, puso en peligro el veraneo de la familia real y el consiguiente tirón turístico. El foco tifoideo se localizó en algunos caseríos situados aguas arriba de las tomas, de manera que el Ayuntamiento decidió beber de los nacederos de los arroyos, para evitar contaminaciones humanas o ganaderas. Así se tendió una kilométrica red de tuberías cerradas, desde los mismísimos manantiales hasta las fuentes de la capital. Y así ganaron fama de pureza las aguas donostiarras.

El Ayuntamiento compró un caudal de 203 litros por segundo del río Elama (la finca de Artikutza ya estaba en manos privadas) pero a los pocos años se comprobó que tampoco bastaba. En 1919 adquirió la finca entera por 3.300.000 pesetas, una fortuna en aquella época pero una de las mejores inversiones para la calidad de vida de los donostiarras, porque se aseguraban unas aguas estupendas. Después vinieron el pantano de Enobieta, en los años 50, y el de Añarbe, ya fuera de la finca, en 1975.

El empeño donostiarra por cuidar la finca de Artikutza trajo una notable regeneración. Desde el principio, el Ayuntamiento donostiarra prohibió el paso del ganado para mantener limpias las aguas, cercó todo el perímetro y limitó el acceso de las personas; también se cerraron las minas y el tren, y el bosque autóctono recuperó terreno. Así se ha convertido Artikutza en un paraíso natural.

Pero no deberían olvidarse los restos de aquella larga historia industrial, sobre todo cuando el paso de los años los ha convertido en monumentos. Es el caso de los hornos de Labeeta, donde arrancaba el tren y donde acabamos la excursión. Queda en pie uno de los hornos, un imponente torreón, porque el otro lo derribaron para aprovechar sus piedras en la pavimentación de un camino. Hasta los hornos traían el mineral de hierro de los yacimientos a cielo abierto de Elama, para calcinarlo, y luego lo cargaban directamente en los vagones del tren. Éste es, por tanto, el corazón de aquel viejo ferrocarril. Y de aquí para arriba, como dice Uranga, la Artikutza profunda. Que ya es decir.


*Cómo llegar:

Desde el barrio de Altzibar (Oiartzun), la GI-3631 sube hasta la entrada de Artikutza (portería de Eskas). La carretera sigue hasta el poblado de Artikutza (7 km) pero los permisos para acceder en coche están limitados (se piden en el teléfono 943.481.000). Los caminantes y los ciclistas tienen paso libre.

Romería:

Mañana, 28 de agosto, se celebra la romería anual de San Agustín. No hace falta pedir permiso para entrar en coche.

Excursiones:

Artikutza ofrece dos itinerarios circulares, balizados con marcas blancas y amarillas. Uno recorre parte del perímetro de la finca, por las alturas (17 km). Otro baja desde Exkax hasta el poblado de Artikutza y regresa subiendo por el trazado del antiguo tren (11 km). También se puede pasear por la pista que rodea el embalse de Enobieta.

Visitas guiadas:

Durante casi todo el año se realizan visitas guiadas por distintos recorridos. Las del 2 de septiembre (en castellano) y el 16 (en euskera) seguirán el trazado del antiguo ferrocarril. Para apuntarse: 690 720 264.

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