Aquí fue un día de calma.
¿Cómo vivieron San Sebastián y Gipuzkoa el 2 de mayo hace 200 años? Si Pérez-Reverte bautizó el motín de Madrid como «un día de cólera», en el País Vasco fue jornada en paz.
MITXEL EZQUIAGA
El 2 de mayo de 1808 aquí no pasó nada. O al menos nada que pasara a la historia. Para esa fecha San Sebastián y los principales núcleos de Gipuzkoa estaban ya invadidos por las tropas francesas que desde el mes de octubre del año anterior habían entrado por la frontera de Behobia. En realidad, el Ejército de Napoleón ni siquiera era aún «invasor» reconocido.
El escritor Arturo Pérez-Reverte ha denominado Un día de cólera el 2 de mayo que vivió Madrid hace doscientos años, cuando una revuelta popular encendió la llama de la rebeldía contra la invasión francesa. «Pero aquí fue un día de calma», ironiza el historador donostiarra Carlos Rilova, estudioso de ese periodo histórico. «Más aún: dadas las comunicaciones de la época, la noticia de los hechos de Madrid no se conoció en San Sebastián hasta dos o tres días después, cuando llegaría la información por valija militar».
Diputación garantiza la paz
Y para entonces, el presidente de la Diputación de Gipuzkoa en esa fecha, José María Soroa, ya había anunciado al militar francés al mando de la zona, el general Thouvenot, que la prioridad para las autoridades civiles era «apaciguar la calle» y el orden público. «No hay que olvidar que, si bien las tropas francesas mantenían el poder fáctico, las instituciones locales seguían funcionando, al menos formalmente», explica Rilova.
En 1808 unos cien mil habitantes vivían en Gipuzkoa y en condiciones difíciles: apenas treces años había terminado otra guerra. San Sebastián, Tolosa, Azpeitia y Azkoitia son los principales núcleos de población del territorio. Donostia es una ciudad con notable influencia francesa: buena parte de sus comercios está en manos de familias procedentes del otro lado de la frontera. Y en Azkoitia los «caballeritos» de la Bascongada defienden las ideas de la Ilustración que llegan desde París.
El 19 de octubre de 1807 las tropas napoleónicas empiezan a entrar por la frontera de los Pirineos y en ese tiempo más de 250.000 solados franceses atravesarán (y se quedarán en parte) Gipuzkoa.
Las tropas encabezadas por Thouvenot entran en San Sebastián el 5 de marzo de 1808 y se acuartelan en el monte Urgull. La población todavía no ve a los franceses como invasores. Como relató José Berruezo, «el pueblo reaccionó con una indiferencia que luego se convertiría en odio».
Lo mismo ocurre en los principales municipios de Gipuzkoa. Los grupos más avanzados de pensamiento ven incluso con simpatía una corriente francesa que además de tropas trae las ideas de la modernidad. Y al mismo tiempo, en municipios como Urretxu observan con preocupación que los militares franceses distribuyen entre la población «veneno ideológico» como El contrato social de Rousseau, según atestiguan algunos documentos históricos que muestra Rilova.
El 2 de mayo llega el levantamiento de Madrid y se enciende la revuelta en España contra la invasión napoleónica. Pero aquí esa chispa tarda en prender. En julio sí se escuchan en las calles de Tolosa gritos a favor de Fernando VII y las tropas francesas se ponen en alerta. Pero no será hasta agosto de 1808 cuando se detecten en Gipuzkoa los primeros síntomas de guerrilla. Dos tolosarras, Juan Angel de Lizarraga y Joaquín Yeregui, forman con 16 mozos la Compañía de Maleteros que hará frente al invasor con acciones cada vez más arriesgadas.
En San Sebastián los habitantes toman cada vez más conciencia. El 12 de octubre celebran una vigilia «para que la Virgen dé su favor a las tropas españolas». Pero a la vez convivirán durante años con los franceses sin aparentes problemas. Los soldados de Napoléon se mezclan en las tabernas con los donostiarras de la época. El mando en plaza, Thoubenot, funda la primera logia másonica del Oriente Francés en San Sebastián. Napoleón entra al país y duerme en Tolosa el 4 de noviembre de camino hacia el sur.
El principio del fin
Pero el Ejército francés va perdiendo la guerra. El historiador Carlos Rilova reconoce el papel de la guerrilla pero destaca también el trabajo de los batallones militares de Gipuzkoa, más similares a un Ejército convencional, con gente como Renobales o el propio Jauregui, el hombre de Urretxu que empezó como guerrillero y terminó siendo todo un oficial ducho en las artes de la guerra, primero, y de la paz, después. El trabajo investigador de Carlos Rilova le ha permitido, por cierto, reconstruir cuál pudo ser el uniforme de la tropa guipuzcoana en ese tiempo.
En 1812 la batalla de Arapiles marca el hito definitivo de la guerra. En 1813 llegarán los dos grandes episodios del conflicto en tierras guipuzcoanas: la batalla de Irún y, el 31 de agosto, la destrucción de San Sebastián por parte de las tropas angloportuguesas.
Carlos Rilova destaca la crueldad del episodio donostiarra. «Los ingleses se cebaron con especial dureza contra la ciudad. Pienso que no sólo querían expulsar a los franceses sino eliminar a esta ciudad, de una pujanza comercial que podía hacer competendia a los puertos ingleses, Es un episodio vergonzoso en la trayectoria de Wellington, y por eso quizás no aparece en sus biografías...».
Con la Guerra de la Independencia nació la España contemporánea y sus pulsos entre lo viejo y lo nuevo. Y probablemente algunas de nuestras guerras más cercanas también tiene ahí origen.
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