Ignacio Barandiarán Maestu, Premio Euskadi de Investigación en ciencias sociales y humanidades: «Llevaron sílex de Urbasa a Asturias. Aquella gente se movía mucho»
FELIX IBARGUTXI F.I.
El prehistoriador galardonado se confiesa «un defensor terrible de José Miguel Barandiarán» y quiere seguir en la UPV como profesor emérito.
El Premio Euskadi de Investigación, instituido por el Departamento de Educación, Universidades e Investigación del Gobierno Vasco, irá a parar el 14 de marzo a manos de Ignacio Barandiarán Maestu (San Sebastián, 1937). Es arqueólogo, especialista en el Paleolítico. Y enseña desde hace un cuarto de siglo en Vitoria, en la Facultad de Historia de la UPV.
- Usted menciona con frecuencia a José Miguel Barandiarán. Creo que era pariente lejano suyo.
- Mi padre era también de Ataun, y fue miquelete. Yo creo que José Miguel y mi padre debieron de ser parientes lejanos. Le conocí físicamente cuando en el año 1953 volvió de Sara y mi padre, que sabía quién era él, me dijo que iba a dar una charla en el museo de San Telmo. Yo tendría quince años. Recuerdo que dio la charla subido a una silla, porque era bajito, y habló sobre utillaje de los caseríos. Luego, no se por qué, me dio por la arqueología y coincidí con él en las cuevas de Aitzbitarte y Lezetxiki. Para mí fue una revelación ese tipo de trabajo.
-¿Por qué?
- Por el modo de trabajar. Yo siempre he sido un defensor terrible de Barandiarán. Hoy está de moda menospreciar sistemas menos impactantes, que no mueven tanto dinero, que no llegan a los media. Aquel hombre, con unos medios de trabajo miserables, se distinguió en metodología para recogida de datos. Hay que ver los manuscritos de Barandiarán. Eso es algo por lo que los vascos debemos sentirnos orgullosos. Ya desde 1924 se hicieron de una forma científica las excavaciones de Ermittia, de Santimamiñe... Mientras, en Cantabria, en el sur de Francia, trabajaban de una manera más desenfadada, con muchos obreros y fuertes movimientos de tierra.
- Hay que recordar que Barandiarán aprendió de los alemanes.
- Hay una imagen despectiva de José Miguel: un hombre con sotana, muy discreto, que hablaba un castellano con mucho deje del euskera... Pero escribía muy bien en castellano, era finísimo. Me ha admirado la gente buena que ha habido en todas las épocas, y un ejemplo es José Miguel. Ahora está de moda la soberbia, la seguridad. Yo soy inseguro, una persona de muy poco foro público.
- Su nombre apenas aparece en los archivos de este periódico.
- Por un lado, porque he pasado por cuatro universidades. Y cuando uno está en la universidad, se le contrata no tanto para investigar como para dar clases. Me vi abocado a sacar oposiciones y las saqué en Historia Antigua. Mi especialidad es el Paleolítico, pero he dado clases sobre Roma, los griegos, los celtas...
- Ha formado a muchos alumnos.
- El pasado diciembre me hicieron un homenaje aquí. Yo no tenía ni idea. La mujer, que es una profesora colaboradora mía, me dijo que iríamos a comer, que no me pusiera nervioso, porque quizá aparecería algún compañero del departamento. Llegué allí y me encontré con una masa de gente, eran antiguos alumnos o gentes que habían coincidido conmigo en excavaciones. Había cerca de 70 personas. Me quedé atónito.
- En estos últimos años ha trabajado en un yacimiento en la sierra de Urbasa.
- En Urbasa hay varios filones de sílex. En la prehistoria fueron canteras. Teníamos la idea de que ese sílex se exportaría. Yo recuerdo que José Miguel Barandiarán decía que su abuelo acudía a Alsasua, al mercado semanal, para reponer los sílex que necesitaban en casa para encender el chisquero, el tabaco. En Urbasa estuvimos ocho veranos trabajando y encontramos dos talleres prehistóricos muy importantes, uno que anda por el 25.000 antes de Cristo -del gravetiense, una cultura del Paleolítico Superior- y otro de finales del Paleolítico Superior, del 9.000 a.C.
- Qué curioso.
- Hemos tenido la suerte de contar con un geólogo, y ahora estamos en un proyecto de estudio de los sitios a los que llegó el sílex de Urbasa. Llegó a Asturias, a Altamira, al sur de Francia y a las Landas. Eso es muy bonito, porque nos da una imagen real de aquella gente. Las gentes del Paleolítico no vivían continuamente en una cueva, cazando cuatro bisontes. Ahora estamos trabajando mi mujer Ana Cava y yo en un abrigo de la zona de Mugarduia, en Urbasa. Ha aparecido una concha de un molusco marino que no da carne para comer, luego era de adorno.
Ahora estamos metidos en otro proyecto: estudiar los distintos sistemas de talla, con una persona muy valiosa, Mikel Agirre, que además de investigar también es capaz de tallar sílex y hace exhibiciones. Le dices: «Hazme una cosa». «¿De qué estilo?» «De 100.000 antes de Cristo». Y te lo hace. Es capaz de detectar gestos técnicos de las piezas que encontramos. Queremos comparar los dos modelos que han aparecido en Urbasa, que son bastante distantes en el tiempo. Entre los sílex que han aparecido había algunos de fuera. Es lógico, porque aquellas personas que subían ahí a tallar traían piezas de otros sitios en el morral. Y hay otro fenómeno curioso: los tallistas utilizan muy poco los instrumentos que acaban de realizar, porque eran para exportarlos. Es como el pastor, que no come carne de cordero, porque es más cara que la de conejo, la que recomienda el ministro. O el pescador, que si come pesca es la que ha salido machacada, las piezas que no va a poder vender después.
- ¿Los sílex de esas dos canteras de Urbasa son de aspecto muy diferente?
- Son similares. Yo a veces no los distingo. Pero el sistema de talla, en un sitio y en otro, difiere completamente.
- Le he oído decir que ha sido un trabajador solitario.
- Quizá por mi forma de ser. Y he trabajado con poco dinero. Ojo, cuando lo he pedido me lo han dado. Yo estoy muy contento. La pena es que no hay trabajo para los jóvenes.
- ¿No hay fondos? Porque los yacimientos ahí siguen...
- Pero hay unos yacimientos más importantes, con más impacto mediático. Y, por otro lado, la universidad nos da medios técnicos importantes, pero no nos da personal. Porque si no hay huecos docentes tampoco hay huecos para investigadores. Eso del I+D+I es una falacia. Nosotros producimos desarrollo intelectual, que no es una tontería de desarrollo. El prestigio y la nombradía no se cotizan hoy en día. Yo me remito a una persona queridísima, que fue Koldo Mitxelena. El que nos integren en lo que se llaman Humanidades no me molestaría mucho si no fuera porque es como un ghetto. El pensamiento, la literatura, la filología pura son hechos que dan fuerza a un pueblo. Pero los grandes pensadores de Europa no pasarían ahora muchos filtros de los que hay para evaluar.
- ¿Qué yacimientos le han supuesto más dificultades?
- No sabría responder. Además, ahora hay equipos especializados y paralelos que van resolviendo distintos problemas. En cambio, yo he trabajado en áreas muy variadas, y a veces me dan pena los que están tan especializados. La gente mayor teníamos más capacidad de abordar problemas diversos.
- Un ejemplo de reto difícil.
- Las vasijas de Axtroki. Quedó demostrado que eran de un oro de Alemania. Quizá fueron escondidas junto a aquella peña porque tenía una forma especial y luego tenían intención de volverlas a recuperar.
- ¿Cómo entró en contacto con esos cuencos?
- Hubo una persona benemérita en Gipuzkoa, que murió el año pasado, Don Cruz Abarrategi, que me persiguió mucho tiempo, porque en el barrio de Eskoriatza en el que vivía está la peña de Aitzorrotz, y solía decirme que debería excavar en ese paraje. Y así, un día le contenté y nos hicimos muy amigos. Al cabo de un tiempo, yo estaba trabajando en la necrópolis de Santa Elena, en Irún, y me llamó nuevamente. Me comentó lo que habían encontrado en su barrio. Abrió una caja como de zapatos, y lo que me enseñó prometía. Surgió un problema: según la legislación, lo que aparecía sin dueño conocido es propiedad de la Administración. Si el hallazgo se hubiera producido hoy, los cuencos serían para la Comunidad Autónoma de Euskadi, pero entonces se conjugaron varios factores: que mandaba la Administración central, que en Gipuzkoa no había un museo público de garantía... y así los cuencos fueron a parar a Madrid.
- ¿Y otros yacimientos que le han dado grandes satisfacciones?
- Son tantos... Berroberria, en Urdax, ha estado muy bien. Lo ideal es seguir todo el proceso; no es que desconfíe de otros, es como el médico que quiere seguir todo el protocolo. Es una actitud en apariencia anticuada. Hay muchos sitios interesantes. En Navarra he trabajado mucho, porque allí se pagaron muchas excavaciones.
- Comentemos algunos yacimientos más.
- En Aribe, en la Aezkoa, mi esposa ha encontrado una mujer enterrada. Está entera. Puede ser la navarra más antigua, pues data del 6.000 a.C. Ahora tenemos en el equipo a una especialista que analiza los restos de maderas. Se filtran las tierras en agua y quedan flotando partículas de madera quemada. Y ahí te das cuenta de que aquellas gentes del Mesolítico quemaron primero los arbustos de los alrededores, luego usaron las maderas buenas y finalmente se valieron de maderas que arden mal y dan poco calor.
- ¿Le ha tocado vivir muchas veces el instante mágico de cuando al mover un poco la tierra aparece la pieza valiosa?
- Sí, algunas veces. Pero en muchas ocasiones el yacimiento te avisa, se ve venir la pieza. Y en otras ocasiones se te acerca un chico o una chica y te dice: oye, mira, está saliendo aquí una cosa...
«¿El sentido de las pinturas? Yo no estaba allí»
- Su especialidad es...
- La estratigrafía del Paleolítico Superior Avanzado, del 15.000 al 10.000 antes de Cristo. Y últimamente me ha dado por el arte mueble.
- Y me imagino que así como los sílex muestran que aquellas personas se movían de un lado para otro, el arte mueble indicará algo parecido.
- Hay temas muy concretos que se repiten en zonas muy separadas en el espacio. Por ejemplo, hay detalles que aparecen en Cantabria-Asturias y en el Pirineo Central francés, y sin embargo no han aparecido todavía en Vizcaya-Gipuzkoa. Uno podría decir: las han hecho aquí y las han llevado quinientos kilómetros al oeste.
- Hay grandes joyas en arte mueble.
- A mí me impresiona ese arte, en parte, por las aptitudes mentales que se ven en las obras. Quizá la pieza más hermosa del País Vasco sea el hueso de Torre, una cueva de Oiartzun. Es un cúbito de alcatraz, de 18-19 centímetros. Ahí hay unas figuras grandes y otras más pequeñas. Tendemos a pensar que la persona que hizo eso primero grabó las figuras grandes y luego llenó los huecos con las pequeñas. Pues no, fue al revés, y eso quiere decir que el autor de la obra tenía un esquema mental acerca del conjunto de la obra artística.
- Usted fue el director de la tesis de Xabier Peñalver, el arqueólogo que ha dirigido las excavaciones de Praileaitz.
- Era una tesis doctoral muy interesante, sobre los cromlech. He estado en contacto con Peñalver con motivo del problema de Praileaitz, me pidió que redactara un manifiesto y lo hice. Ese documento, anterior a que aparecieran las pinturas de puntos, luego fue apoyado por personalidades de otros países. Me considero un fuerte defensor de la preservación de la cueva y el entorno. Eso sí, no conozco las últimas noticias.
- ¿Qué significado tienen las pinturas rupestres? ¿Por qué las hicieron?
- Hay diferentes teorías. Esa misma pregunta se la hicieron a José Miguel en una conferencia. Y respondió: «Yo no estaba allí».
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