D.V - 09.01.08
MIKEL G. GURPEGUI
En el santoral donostiarra, en nuestro calendario no sólo religioso, tenemos marcado el 9 de enero. Desde el año de la tragedia, desde 1866, hay que glosar en días como hoy la figura de uno de los pocos donostiarras que han pasado a la memoria colectiva con la categoría de héroes.
Desde luego, José María de Zubía, Mari, fue el héroe absoluto, el hombre bueno al que la vida convirtió en especialista en socorrer a náufragos.
Aquel lobo de mar zumaiarra asentado en San Sebastián intervino en varios salvamentos, aunque el que le daría mayor fama y la Gran Cruz de la Beneficencia fue el que protagonizó en julio de 1861. Mari se lanzó entonces al mar embravecido, como patrón de una lancha tripulada por otros nueve marinos, para salvar la vida de los náufragos de una embarcación destrozada por las rocas de la Zurriola.
El generoso Zubía fue un héroe hasta en la manera de encontrar la muerte. Ocurrió tal día como hoy, el 9 de enero de 1866. Un temporal puso en grave peligro a unos arrantzales junto a la isla de Santa Clara. Mari y otros salieron a socorrerles. Cuando ya les habían puesto a salvo, una mala ola hizo volcar su trainera. Otra embarcación hubo de salir para ayudarles.
Según descripción de Antonio Peña y Goñi, «recoge a los náufragos de la lancha de Mari y vuelve con ellos a tierra, en medio del entusiasmo general. Todos están allí (...), todos ¿ay! menos el héroe. Ha desaparecido instantáneamente, se lo ha tragado la tumba inmensa (...). No le han visto los compañeros, no se han dado cuenta de la desaparición de Mari, en aquella tragedia inaudita que ha arrastrado al gigante y lo ha sepultado para siempre en los abismos del mar».
La muerte de Mari conmocionó a los donostiarras. Aunque asociemos la fiesta a la alegría, en los Carnavales donostiarras de 1866 hubo una comparsa triste. Una carroza alegórica fue la vía de expresión del sentimiento popular. Y sirvió para recaudar fondos con que crear ese monumento en el Muelle donostiarra a la memoria del héroe.
Joaquín Jamar escribía al día siguiente de la desaparición de Mari en el periódico: «Hijos del mar que arrastráis vuestra penosa existencia entre los rudos embates del proceloso elemento, seguid sus huellas; imitad su ejemplo. Que la memoria de Mari aliente vuestros esforzados corazones cuando el mísero náufrago os tienda los brazos al rugir la tempestad».
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